Adiós carnaval


Francisco Huisman
febrero 12, 2024
Un recuerdo de la infancia: las Octetas cantando en alguna sala de la Comarca «Adiós juventud/ adiós adiós carnaval». Las caras tristes, desdichadas, llenas de maquillaje. Asociar: carnaval igual tristeza, nostalgia y recuerdo de un futuro improbable.
Otro recuerdo: murga en alguna calle de algún barrio de la ciudad de Buenos Aires. Brillos, flecos, bombos y redoblantes, calor, la iluminación de las calles en las noches de verano con esa sombra que deja en las caras, la promesa apenas cumplida de vencer la oscuridad. Un baile frenético pero de alguna manera coordinado. Las latas de cerveza en el cordón de la vereda. Una sensación extraña de pérdida: ¿por qué si todo debería ser alegría?
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Otro recuerdo, más lejano todavía: carnaval en El Hoyo, somos chicos y armamos una comparsa con tambores de 200 de plástico azul y redoblantes de baldes de 20 de la cosecha de frambuesa. Suena raro, pero suena. Estamos en donde se festejaba la Fiesta de la Fruta Fina, atrás de la municipalidad, llegamos todos en la caja de una camioneta F100 y alguien nos pinta las caras. De nuevo: todo es felicidad, pero una pátina de nostalgia futura barniza las risas, aplaca los festejos. Como si la resaca se le adelantara a la embriaguez. Como si las fases del festejo estuviesen trastocadas. (Más adelante en el tiempo Alejandro Arca subirá a las redes esas imágenes y la sensación esa de nostalgia y dolor se multiplicará infinito punto rojo).
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Otro recuerdo: en el aula 101 de la sede de la UBA de Parque Centenario llena de humo de cigarrillos prendidos a las 10 de la mañana una profesora que también fuma empezará a hablar y dirá un nombre (Mijail Bajtín) y comentará algo acerca del carnaval. Indicará lo que hay que leer para la próxima clase y ahí termina el recuerdo.
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Mijail Bajtín se transformará por un tiempo en mi muletilla personal para explicar todo y hacerme el interesante en los bares. (Lugar que antes y después ocuparán otros autores y autoras, otros productos de la cultura masiva, otras series de la tele, otras metáforas sobre caminar en la montaña, Maradona etc.).
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Bajtín analiza la obra de Rabelais y ahí, hablando de Gargantúa y Pantagruel, sistematizará cientos de años de carnaval. Una palabra me va a quedar grabada: suspensión. Suspensión como pausa: en el carnaval se suspenden las jerarquías. El sistema dominante deja de funcionar. Dice Bajtin: “el carnaval celebraba la liberación temporal de la verdad prevaleciente y el orden establecido; marcaba la suspensión de todos los rangos jerárquicos, privilegios, normas y prohibiciones. (…) En el carnaval, al revés, todos eran considerados iguales.”
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Otro concepto que va a quedar grabado, y que ahora vuelvo a buscar y empiezo a asociar a mis recuerdos lindos/tristes del carnaval: «la risa libera, aunque transitoriamente. (…) La risa vence el miedo, porque no conoce inhibiciones ni limitaciones. Libera a las personas de la censura externa, pero sobre todo de la potente censura interna; “[…] libera del miedo que creció en el hombre durante miles de años: el miedo a lo sagrado, a las prohibiciones, al pasado, al poder”. ¿La risa medieval vencía? Sí y no. El miedo y el sufrimiento asociados a las fuerzas religiosas, sociales, políticas e ideológicas eran formidables. “La conciencia de la libertad, en cambio, no podía ser sino limitada y utópica. […] La libertad que la risa concedía era con mucha frecuencia un mero lujo festivo.”
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¿Cuál sería el problema? Ninguno. Solo la conciencia de que la felicidad, la risa, la alegría, como todo excepto Mirtha Legrand, no dura. Está ahí para ser un destello, un refusilo, el disparo de un flash, un «mero lujo festivo». Y tratar de conservarla, de atraparla, como aquellos recuerdos de los carnavales pasados, solo la hace más triste.
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Adiós juventud.
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Adiós carnaval.

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