El vértice o cuánto puede un cuerpo

Es un texto del dramaturgo Rubén Sabbadini, quien dice que ‘el lenguaje de la actuación es una lengua en sí misma’. También es un boliche bailable con reservados, ubicado en una intersección entre zonas en conflicto. Es una oda y obra al deseo en medio de una guerra. Es la demostración de todo lo que puede un cuerpo a tracción del deseo, o tal vez lo que puede un cuerpo en la escena.
El vértice se estrenó en la Casa de la Cultura del Bicentenario de El Bolsón el pasado ocho de junio. Escrita por Rubén Sabbadini, dirigida por Solange Richardson Romeo y Lucía Ferrés con la actuación de Solange, luces de Fernanda Hube y audiovisuales de Juan Camelia. Posible gracias al apoyo del Instituto Nacional del Teatro (INT) y el acompañamiento de una enorme red.
Solange cuenta que representar a dos personas en un contexto de guerra, caótico y de tensiones la atrajo a la escena. Imaginó dos personajes que se encuentran, se conocen, se abren y se muestran vulnerables el uno al otro, pero no en cualquier circunstancia sino en “un contexto completamente duro, difícil”, sintetiza la actriz.

“Podes salir de tu casa, puede explotar una bomba y te podés morir o perder a la persona que amás. En ese contexto tan hostil, poder confiar, conectar con otra persona y abrirte, es lo que me atrajo. La contradicción del amor y el horror. Lo lindo que puede llegar a ser la vida y el contacto con un otro y lo duro que puede ser el dolor en un conflicto armado. En una guerra concreta o una guerra sutil”.
Ella y el tiempo corren. El camina rápido, como marchando. No importa si escapan o buscan llegar a alguna parte. La escena es inquietante: los personajes se mueven con tal electricidad que todo parece moverse con ellos. Poder amar a un cuerpo siempre es un desafío, en tiempos de guerra aún más.
“Esta obra también habla de eso: de un país fragmentado, como puede ser Argentina. Dos personas que son de la misma ciudad, y cada una vive en una zona diferente. La información está polarizada y una parte de la ciudad ataca a la otra”.
La obra retrata una historia que podría parecer ficción. Sin embargo, encuentra ecos en realidades tanto internacionales como regionales. Su intérprete distingue un correlato, “estamos en un mismo país, pero de repente hay pensamientos completamente opuestos y muchos medios de comunicación que operan a favor de esa fragmentación y separación, permitiendo que cada vez nos podamos odiar más con el otro”.
En escena sólo hay un cuerpo. Más de un personaje, más de una locación pero siempre la misma atmósfera. Pese a la violencia del afuera que no permite abstracción alguna, el deseo se impone. Bombas, gritos, saltos, fuego y muerte. El fuego de afuera y el fuego de adentro.
Tanto dentro de la sala como fuera de ella, todo sucede al mismo tiempo. “En el medio hay personas de carne y hueso que están sintiendo” dice Solange. Habla de la obra pero a su vez se deja llevar por su sensibilidad y recorre otras escenas de la vida: comedores desabastecidos de alimentos, familias en situación de calle y desocupados.
Luego de un pausa, retoma y dice “creo que lo que nos salva, en cierto punto, son las redes de amor, donde encontrar un poco de calma y esperanza”.
Lenguaje propio: un cuerpo que dice

Quizás la obra nos permite ver la complejidad del mundo. Simultáneas realidades que parecen colisionar.
Solange muestra un sinfín de emociones ante una sala repleta. El silencio del público es profundo. Lucía Ferrés, desde la cabina de luces, sonido y audiovisuales, dice tener un sensor para saber si prende o no prende la obra en el público: la quietud del mar de gentes.
A: ¿Qué sensaciones te atravesaron por el cuerpo cuando leíste por primera vez la obra?
S: Fueron varias las lecturas que le hice. Desde el primer momento me pareció una obra muy hermosa y muy sensible. A medida que la iba leyendo, iba descubriendo nuevas cosas. Y la primera vez que puse el cuerpo me pasaron otras. A medida que íbamos ensayando con Lucía, la codirectora, también íbamos armándola y entendiendo desde otros lugares, haciéndonos nuevas preguntas. Siento que nos metimos mucho en el barro.
La obra está compuesta por postales de un tiempo impreciso pero totalmente distinguible. El desarrollo de una guerra ascendente: cada vez más muertes y destrucción. Y de un amor que también crece.
Solange cuenta que, “en el trabajo de investigación y de acercamiento, al comienzo de las exploraciones, era un monstruo, porque la guerra no tiene sentido”. Desde las primeras lecturas reconoció un contrapunto, y una convivencia.
S: Fuimos descubriendo en los primeros ensayos imágenes respecto a cómo es un cuerpo en un contexto de guerra, y también, en contraposición, cómo es un cuerpo enamorándose, con la sensación de querer enamorarse y construir con un otro. Reconocimos esas dos fuerzas como potencias en cuanto a imágenes. Desde ahí empezamos a construir y por muchos momentos estábamos completamente perdidas, y otra imagen nos daba una pista, entonces ‘Ah bueno, creemos que es por acá’. Pero siento que armamos y desarmamos muchas veces. Y lo que seguimos construyendo en el camino. Teníamos una fecha definida para estrenar, pero no significa que el trabajo esté terminado. Con la devolución que vamos teniendo de la gente y del público, también va a ir modificándose y transformándose, creciendo. Conversábamos con Fernanda, la iluminadora, y concluimos que la obra también va a tener vida propia, es algo que no está terminado, que está en proceso.
A: ¿Considerás que el arte, el teatro, es movimiento, que está vivo?
S: Sí, me parece que el teatro es movimiento. El teatro como arte en particular, es presente puro y lo que está en presente siempre respira, tiene carne y tiene acción. Cuando una actúa pone todo su ser, se entrega y entrega un montón a los espectadores, que a su vez también ponen, están presentes.
A: Si no hay público, no hay teatro.
S: Sin gente, hay simplemente un ensayo. Se reivindica el hecho teatral cuando hay alguien que está mirando, que está presente y observa atento. Alguien que se conmueve, que sigue, percibe y entiende la historia o capaz entiende otra cosa. Una entrega algo como actriz y la otra persona recibe lo que recibe. Lo mágico del teatro es que cada quien, con sus herramientas, su historia y su nivel de comprensión, sus niveles sensibilidad, recibe lo que recibe.

La obra y el proceso
A: ¿Cómo fue y es el vínculo con Rubén Sabbadini?
S: Nosotros no nos conocíamos y hasta el día de hoy no nos conocemos. Recién nos vamos a conocer el sábado 22 que él desde Portugal va a viajar a Argentina, a ver la puesta en escena de El vértice. Desde el primer momento yo siento que confío y me parece muy hermosa esa acción de poder brindar una creación como una una obra de teatro, como darle al cuidado un hijo tuyo a otra persona que no conoces. Tenés que tener confianza en lo que estás entregando y en cómo lo está recibiendo la otra persona. También siento que me acompañó en muchos momentos, en la idea de esta obra, en todo lo que está relacionado con el proyecto. Me ayudó en la sinopsis para enviar el proyecto al INT y gestionar la vestuarista y escenógrafa para hacer los diseños de la carpeta. Siempre que tuve una duda estuvo presente. Recuerdo un momento en el que yo estaba un poco ansiosa por el proceso, porque todo tiene subidas y bajadas en lo creativo. Y en mi ansiedad recuerdo haberle mandado un mensaje diciéndole que me gustaría que los tiempos fueran más rápidos. Él con una templanza total me dijo: ‘Solange, los procesos naturales son lentos’. Y es real, una tiene que a veces bajar un poco la expectativa. Querer resolver y tener todas las respuestas o toda la puesta en escena, y de repente hoy capaz encontraste algo, después te vas a volver a perder y de a poco vas construyendo, y vas sabiendo que después se llega a buen puerto si una trabaja pone el cuerpo y el corazón.
A: ¿Qué opinas de las policías actuales en torno al arte y la cultura?
S: El desfinanciamiento me parece terrible. Lo que está pasando es un vaciamiento cultural grave. Siento que se está bombardeando a la cultura, al arte y todos los entes públicos en general. En relación al INT, siento que es un ente que ayuda y ayudó a un montón de artistas independientes que desean hacer teatro, y a veces no es tan fácil tener un medio económico para poder llevarlo a cabo y crear una obra de teatro de calidad para poder compartirla. El INT apoya a artistas de todo el territorio nacional, dando las mismas posibilidades a todos y me parece fundamental poder apoyar al teatro hoy en día porque está tan bastardeado… Si hoy en día tenemos posibilidades podemos seguir adelante, seguir creando, contando, haciendo y compartiendo, sino siento que el arte queda cada vez más limitado a algunos sectores con el privilegio de poder hacerlo.
A: Una de las cosas que nombras es la sutil relación que puede tener el contexto de guerra con el escenario político y social de la Argentina. Existe un momento en El vértice que se retratan infancias alcanzadas por la guerra, y eso también tiene un correlato con la realidad internacional, ¿crees que nombrarlo, representarlo, despierte preguntas o nos haga pensar socialmente en lo que está pasando?
S: Sí, yo creo que sí. El otro día estaba viendo por las redes -que por un lado siento que nos alejan y por otro lado también nos facilitan cierta información- los relatos de esos niños que están atravesados por la guerra literal en Gaza. Hay muchas infancias que no tienen un techo, que perdieron a su familia. Me generan muchas preguntas esas imágenes y relatos. Me pregunto por esos niños que el día de mañana van a ser jóvenes, y después adultos; cómo van a percibir la vida. Cómo van a pensar, cómo van a sentir siendo que hoy lo que están mamando es muerte y destrucción. O sea, su visión del mundo es vivir en ruinas y es haberlo perdido todo. No sé, me pregunto qué esperanzas pueden llegar a tener, qué proyectos pueden llegar a tener, qué búsquedas.
A: ¿Crees que esas preguntas alguna de las muchas personas que vieron y que van a ver la obra se hagan?
S: Espero que sí. Es tal vez entregar una semilla. También me queda un sabor semiamargo, porque en lo inmediato los están matando, los están destruyendo y haciendo desaparecer o los están traumando. Entonces, está bien, desde acá estamos haciendo arte para visibilizar algo que está sucediendo pero a la vez esos nenes siguen ahí y siguen sufriendo. Es un semiamargo. Es una contradicción.
A: Claro, es citar al extremo para pensar que hacer antes de llegar a ese extremo. La obra tiene cierta tensión y distensión entre el deseo y la fuerza de ese amor que todo lo puede, y todo lo que dice que mejor guardarse porque afuera hay una guerra. ¿Cómo logras alojar en el cuerpo escénico tantas sensaciones?
S: Y, lleva muchas sensaciones, muchas emociones, muchos pensamientos y también mucha acción. Es una obra de teatro físico que está en constante tensión y distensión. No solo por el texto sino también por lo que provoca el texto en el cuerpo. Está esa contradicción entre el deseo y todo lo que sí quieren estos personajes y todo lo que quieren proyectar, y también todo lo que se opone a ese deseo. Y a mí, a este cuerpo, recuerdo que ni bien salí estaba muy nerviosa, pero a medida que me puse ahí hubo algo que dentro mío se ordenó y el cuerpo también se puso a disposición de esta historia y de estos personajes. A medida que fui transitando la obra en el estreno fui descubriendo nuevas cosas de los personajes, a medida que las iba haciendo y que la que iba diciendo y que iba accionando. Había momentos de tensión y distensión, de deseo y de caos, todo eso junto me pasaba adentro y afuera.
A: En los personajes hay terquedad. Son tercos en su construcción de humanidad. ¿Cómo lo transitas a eso?
S: Yo creo que el deseo es lo que nos mueve. Es algo que se siente muy adentro y una vez que lo sentimos y lo escuchamos, no nos podemos hacer las boludas. No podemos callar ese deseo. Siento que tenemos que llevar el deseo como bandera, ir hacia donde nuestro corazón nos guía y poder caminar por ese lugar, que a veces vas dando pasos y no estás segura si es por acá. Pero el deseo sigue latiendo, entonces poder escucharlo y reivindicar ese deseo es poder avanzar. Es una verdad que te sucede. Hoy en día es una forma también de revolución, en cuanto al amor y en cuanto al arte. Poder hacer, poder crear una obra de teatro. Y en relación a los personajes siento que pese a todas estas contradicciones internas que tienen. Porque cuando uno está conociendo a alguien que le gusta da vértigo y mismo lo que transitan estos personajes. En un momento la obra habla de la modernidad y ahora estamos en un momento muy posmoderno, donde el amor es tan fugaz. De repente agarras una aplicación por el celular y podés conocer a alguien y lo podés descartar como si fuera una servilleta. Conoces a otra persona y la volvés a descartar. Siento que poder construir con alguien una relación de amor, un vínculo, hoy en día es un desafío. Es una búsqueda que para los valientes es muy gratificante, porque se llega a lugares muy hermosos y profundos. Poder sostener una relación con todas las luces y todas las sombras que conlleva el construir y los cambios que vamos transitando. A medida que vamos hablando y nos vamos conociendo, podemos crecer, alimentarnos de mucho amor, lindas experiencias y sobre todo compartir.
El teatro puede ser una apuesta, una proyección más allá. El lenguaje de un cuerpo es propio, complejo de comprender y dilucidar hasta dónde puede llegar. Solange asegura que El vértice, obra amorosamente entregada a sus manos por Ruben Sabbadini con la co-dirección de Lucía Ferrés, la iluminación de la talentosa Fernanda Hube y las audiovisuales del comunicador Juan Camelia, sin dudas llega más allá.
La actríz y directora dice que “esta obra visibiliza también toda la humanidad que sí se puede construir a pesar de todo”. En la Comarca Andina puede verse nuevamente éste sábado 22 de junio en el Centro Cultural Eduardo Galeano, casa del arte y la cultura comunitaria en El Bolsón.
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