En el lugar del sol

Los pueblos andinos del sur celebran el retorno del sol durante el solsticio de invierno, entre el 21 y el 24 de junio. A la luz de las primeras llamas, mientras el sol se oculta detrás de las montañas, se enciende el fuego sagrado para recibir ofrendas por el ciclo transitado, sus cultivos y cosechas.
La tierra gira en torno al sol y la noche más larga se acerca. El fuego arde en las orillas del Lago Epuyén, rodeado de vecinos y vecinas, algunos de ellos pertenecientes al pueblo nación mapuce. Al oeste, debajo de un manto de nubes el sol se oculta tras las montañas.
Para los pueblos originarios, el solsticio es considerado un renacer. Un período de tiempo en que la cosecha culmina y la tierra se prepara para su nuevo tiempo de fertilidad. Dependiendo de cada territorio y sus respectivas costumbres la ceremonia lleva diferentes nombres. Inti Raymi para el pueblo Inca, Wiñoy Tripantu para el mapuce, Willkakuti para quienes habitan algunas zonas de Bolivia.

Todos los pueblos hablan del retorno del sol, un pestañeo en el tiempo que limpia asperezas y renueva energías. En la cordillera andinopatagónica el frío del atardecer es combatido por un enérgico afafán. La ceremonia comienza con saludos que van y vienen, viejos y viejas conocidas, nuevos rostros e infancias jugando alrededor de las piedras que recibirán el calor del fuego.
Un cántico originario, sostenido por instrumentos de cuero dilatados por el fuego, se hace escuchar. A su ritmo los cuerpos se templan para transitar la larga noche que culminará con la salida del nuevo sol. Entre las escasas conversaciones prima la ternura y el respeto por las tradiciones andinas.
Asistimos a un tiempo difícil para los pueblos. Hace algunas semanas atrás la directora de Comunicaciones y Relaciones Institucionales de la Administración de Parques Nacionales, señaló que los equipos de difusión no deben mencionar el Wiñoy Tripantu, es decir, el año nuevo mapuce, ni en redes sociales, ni comunicados, ni durante cualquier tipo de evento.
Posteriormente, trabajadoras y trabajadores de los diferentes Parques Nacionales expresaron su repudio. Este hecho se suma a los diferentes proyectos gubernamentales que buscan la prohibición de insignias indígenas en diferentes estamentos del Estado.
Lo intranscribible

Mientras tanto, en un rincón de la Comarca Andina, más de cuarenta personas se reúnen en compromiso con la naturaleza. El lago Epuyén parece brillar en su espesura. Un hermano guía la ceremonia del we tripantu, entre hojas de tabaco, semillas y sahumos.
Alguna que otra estrella parece asomar entre las nubes. O al menos la luz del día se torna cada vez más fría. Una a una las personas presentes agradecen lo transitado en el ciclo que se va. Entregan su fuerza a la tierra, y la quietud del cielo parece instalarse sobre sus ojos.
A las orillas del lago circulan trozos de pan casero, nutrido por semillas y amorosas manos. Suenan las flautas y se escuchan cuchicheos. En paralelo, otro fuego arde, será sede de un guiso comunitario. Quien guía la ceremonia menciona el encendido de cientos de fuegos: son los de todos los pueblos originarios del hemisferio sur latinoamericano, también conocido como Abya Yala.
Tal como cuentan los antiguos la historia, las noches de wiñoy tripantu transcurren de ojos abiertos, debajo del resplandor de las pléyades. Un cúmulo de estrellas cercano a la Tierra, ilumina las aguas e invita a prestar atención a lo que se mueve alrededor. No tardan en aparecer los sueños, narrados con las manos sobre el fuego. La conversación trasciende las horas, y pronto llega la madrugada.
La ceremonia, el ngullatún, rodea al rewe, un sitio sagrado. Al igual que el tambor ceremonial, el kultrún, representa los cuatro puntos cardinales, y también los cuatro elementos. Allí se juntan el aire, el fuego, el agua y la tierra. Es momento de despedir el ciclo que se va.
Alrededor del rewe un hermano mapuce comparte con pocas palabras y todo su cuerpo una ceremonia sagrada, antigua y ancestral. La luna atraviesa los poros de las nubes, la luz es tenue. Los cuerpos bailan alrededor del rewe. Sus pasos vibran en la profundidad del bosque andinopatagónico, allí donde los pájaros guardan silencio.
Pasado un momento, es tiempo de tomar contacto con el lago, del calor del fuego al cuerpo dador de vida. Los pasos de cada cual descienden por las piedras laja del Epuyén al encuentro de su piel con el agua. No parece estar tan fría.
Entre las cuatro y las seis de la mañana, durante la noche más larga del ciclo solar, los cuerpos de agua se templan. Los pueblos, ancestralmente, limpian sus cuerpos y purifican su espíritu. Es una acción de despojo y apertura al ciclo próximo, que traerá nuevos compromisos.
Los dedos se sumergen en el lago, la luz permite ver como una masa espesa el agua que besa las orillas. El blanco de las nieves se confunde con las nubes que decoran el cielo.
El retorno del sol

Según el pueblo mapuce, el sol nace con la llegada del invierno, se vuelve joven y adulto en primavera, envejece durante el verano austral y comienza a morir en el otoño, cuando los árboles pierden sus hojas y los animales cambian su pelaje.
El wiñoy tripantu es un encuentro entre la muerte y el nacimiento. Un instante en el tiempo donde revisar y afirmar.
Durante la madrugada de aquella noche, se baila en torno al rewe en dos ocasiones, una despide lo viejo y la otra, abre a lo nuevo. Entre ellas, los cuerpos se limpian. Retorna una nueva mirada, nutrida de historias y saberes compartidos, con el fuego ceremonial como testigo.
Al amanecer, una nueva danza, el canto y el susurro dan bienvenida al nuevo sol. Los cuerpos se mueven rodeados de cañas, en conexión entre el mundo de abajo y el mundo de arriba. Flexibles y seguros, enraizados. Una abuela mapuce cuenta con la mirada extendida sobre el lago su sabiduría ceremonial.
Un nuevo ciclo comienza, el fuego arde y la lengua originaria renueva sus compromisos con la madre tierra, la ñuke mapu. Esperable es que todo continúe vibrando, con fuerte presencia de ese olor húmedo, mezcla de coihue y llaollao, sabor a piedra y camino.
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