¿Libertad para quién?

Esta texto fue escrito y producido en el marco del Taller de Crónica, brindado por Ada Augello y Camila Vautier desde la cooperativa de trabajo en Comunicación Social La Tercera Puerta. El taller se realizó entre agosto y noviembre de 2024 en el Centro Cultural Eduardo Galeano, pertenciente a la Asociación Artístico-Cultural Sur de El Bolsón, Río Negro.
Los 100 metros desde la esquina de Rivadavia y Pellegrini hasta la entrada de la ESRN 48 son solo imágenes de carteles que gritan luchando por la educación pública, frases sacadas de internet, de canciones y de la imaginación de estudiantes movilizades. Son las 8 de la noche de un martes caluroso, y yo, no sé si el sudor de mi cuerpo es del clima o de los nervios.
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“De una primaria de chetos a una secundaria de hippies”, me decían. Estaba asustada, no sabía lo que era una secundaria con 12 años, y mucho menos lo que significaba pasar de ser la más grande a ser la más chica. Me sentía una plantita a la que le faltaban años de sol, agua y tierra.
El primer día nos sentaron a todos y a todas en ronda en un aula de la 788, secundaria de arte del paraje Entre Ríos, en Lago Puelo. Era oscura, fría y llena de disfraces, – “es el aula de teatro” – supuse. Mis 8 años de teatro me conmovieron y mi decisión de quedarme ahí se reafirmó.
La escuela parecía un cuadro, el olor a libertad dominaba todos y cada uno de los espacios del edificio, cada pared me miraba fijamente como desafiándome a pintarla. Era arte y yo era parte de ella.
Los primeros cuatro meses fueron los mejores, forje mi camino entre la gente como un pájaro carpintero construyendo su casita en el árbol.
Poco a poco fui formando parte del lugar e idealizando mis próximos 5 años ahí. Pero hay una pregunta que me come los huesos hasta el día de hoy, ¿Por qué no pasó?
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Ahora, 5 años después, sigo preguntándome lo mismo, y creo que, con otros ojos, las ganas de estudiar me convencieron más que el amor que le tenía a la escuela.
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En 2019 trabajadores y trabajadoras estatales y docentes de Chubut empezaron a reclamar por salarios impagos e incumplimiento de la paritaria. Los paros se intensificaron y las condiciones de estudio se vieron afectadas. De un momento a otro ya casi no iba a la escuela, y eso fue el colmo de los colmos. Creo que no había nada que me gustase más que ir a la escuela, y no poder ir fue como si le sacaran el agua al pez.
Llegando al mes de octubre los y las estudiantes de la 788 tomaron la escuela, no sé muy bien cómo me enteré, lo que sí sé es que no dudé ni medio segundo en que ese mismo día tenía que estar ahí siendo parte de la toma.
El primer día no entendía muy bien cómo era la cosa, nunca entendí muy bien la verdad, solo necesitaba asegurarme que, de una forma u otra, iba a volver a estar sentada en una silla hablando sobre los dioses griegos con el profe Fito. Su pelo largo y medio canoso eran como la analogía de sus historias, viejas, interesantes, aburridas, sin color, o como un arcoíris, fueron las que me devolvieron las ganas de estudiar.
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Ahora, 5 años después, me siento como un mapache, adaptándome a cada espacio, a cada ambiente, a cada clima, a cada color, me veo organizando y participando de una nueva toma estudiantil, los motivos son diferentes, el aprendizaje el mismo, los miedos se mantienen, pero no puedo evitar la emoción.
Es lunes a las 8 de la noche, llego a la esquina de Rivadavia y Pellegrini, el aire es más cálido de lo que me gustaría, los nervios por saber qué está pasando me aceleran el corazón, desde la ahí veo a mis compañeros y compañeras en la entrada de la escuela hablando con los directivos, – ¿todavía siguen acá? – pienso nerviosa.
Organizar una toma como estudiante no es lo mismo que participar como alumna, y mucho menos es lo mismo cuando mi futuro tan pero tan cercano se ve aterrorizado por un presidente que tiene miedo de educar al pueblo.
Los 100 metros desde la esquina hasta la entrada son solo imágenes de carteles que gritan luchando por la educación pública, frases sacadas de internet, de canciones y de la imaginación de estudiantes movilizades. Carteles que muestran que “si no hay educación para el pueblo, no hay paz para el gobierno”, carteles que ríen al ilustrar “Milei, la universidad no es tu hermana para culeartela”, carteles que cantan “No hables de meritocracia, me da gracia no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona” y carteles que desmienten “¿Libertad para quién?”.
Cuando llego a la entrada de la ESRN 48 me paro en seco, me veo en el cuerpo de una paloma que recorre miles de kilómetros para llegar a su casa, me siento tan poderosa y vulnerable, ya no me molesta esconder mi pensamiento, no me da miedo que sepan porque lucho, y mucho menos me da vergüenza. Me quedan dos semanas para egresar y a los profesores sí les pagan, pero ¿cuánto les pagan? ¿Y por cuánto tiempo más les van a pagar?
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Durante la primera toma era la más chica, me enojaba y preguntaba -“no cambia nada un año, ¿Por qué no me puedo quedar a dormir?”- Ahora soy yo la que se pelea con los y las de primer año explicándoles por qué no se pueden quedar. Es hasta gracioso iniciar mis estudios secundarios pasando por una toma y terminarlos pasando por otra. A veces siento que la lucha es como mi alien duce, me controla sin quererla, me llama sin buscarla, me inunda sin que llueva.
Ahora me voy a la ciudad de la furia, me anoté en la universidad: Periodismo Deportivo y Derecho. No puedo evitar pensar en que me espera el año que viene, en si la historia se va a repetir. Espero seguir corriendo por los pasillos de la lucha estudiantil. Porque esa experiencia no solo me marcó, sino que me hizo decidir mi futuro, mis gustos, mis discordancias, me hizo sentir como una hormiga que lleva en su espalda el comprender los pensamientos ajenos de quienes no quieren entender. Me voy en busca de descubrir algo nuevo y espero, solo espero, que en 5 años no me hayan robado el pasado, ni me quieran robar el futuro.



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