¿A dónde vamos ahora?

La largada
Ya está. Largué. A partir de ahora empieza el viaje conmigo: miles de kilómetros por recorrer y lugares por explorar. La posibilidad de trasladar la casa a cuestas sobre cuatro ruedas y estacionarla donde me plazca.
“Vengo a buscar mi registro”. Carnet en mano. Estupor y temblores. Imaginé una foto de mi cara que inmortalizara esa gestualidad de éxtasis. El empleado desentonaba con mi estado: para él era un trámite más, para mí, el mayor logro de mi vida. Lo abracé eufórica -una reacción claramente desmedida-; se me loopeó un “gracias” irrefrenable.
El objeto más preciado
Mi pareja me llevó a la casa de la amiga que me había vendido el auto. Si se hace, se hace completa: el que ahora era mi auto, había sido el de una amiga, que recuerda el proceso previo a este momento:
-“La decisión de poder llevarte al turno médico (a una ciudad vecina) para mí también fue como decir: ´mirá, este es el auto, anda así. Yo lo viví como muy lindo. Porque también estaba haciendo como un traspaso de algo que yo quería mucho. El auto es como una parte casi de mi cuerpo porque me lleva a todos los lugares que yo quiero ir sin pedirle nada a nadie. Me subo y ya, me voy. Y la sensación de ir sola manejando y escuchando música y cantando es una sensación de libertad muy hermosa, y me parecía que estaba re bueno que vos la pudieras vibrar también.”
La amiga es una gran conductora, de esas que siempre andan y que solo hacen marcha atrás cuando hay un motivo ineludible, esas que esquivan los pozos con gran estrategia y cintura, y te llevan hasta la luna a toda velocidad si es necesario. Esas que siempre encuentran el mejor lugar para estacionar y lo hacen de maravillas. Con seguridad ese auto guardaba en su caja negra experiencias que solo podrían fortalecerme.
– “Recuerdo cuando me separé, lo importante que fue para mí tener el auto en ese momento. Porque yo me fui de vacaciones con mis hijes sin depender de nadie. Subía a los míos, a los amigos, a las amigas con sus hijos, y fue muy muy importante”.
Mi amiga agrega con cierta nostalgia: “Para mí es re lindo que vos tengas el auto. No es lo mismo que lo tenga cualquiera. Todavía cuando te veo llegar en el auto siento como que hay algo mío también, y algo importante, no cualquier cosa, y que para mí significa la posibilidad de … de ir.”
En el trayecto a lo de la amiga, de repente me acordé: una vez alguien, sorprendida de que yo no manejara, me dijo: “ésta el día que maneje se separa”. Esa frase salió de un archivo cerebral como un cuis que se cruza en una ruta desierta. ¿Y ahora qué? ¿Será que en los últimos años boicotee alcanzar la meta –esta meta- para no enfrentar la idea de separarme? Definitivamente era lo que me faltaba para ser autónoma. El motor de mi cerebro recalentado. Con la mirada perdida en la ruta, entré en una especie de trance incontrolable. Se me taparon los oídos y el vértigo me aceleró los latidos. ¿Y ahora qué?
-”Yo me acuerdo cuando vos dijiste que querías comprarte un auto, nos pusimos muy felices, porque saber manejar es muy importante para construir de a poquito esas autonomías. La posibilidad de moverte sola sin estar pidiéndole a nadie que te lleve a los lugares que a vos se te canta ir es fundamental.”
La amiga me dio la llave a mí. Tenía un llavero de una organización que acompaña a las personas a abortar. Esa era mi llave ahora, y ponía en marcha un motor que me llevaría a lugares inciertos pero seguros.
Ella recuerda que yo preguntaba “mucho detalle: ¿y si le hago esto?; ¿dónde está la luz? Detalles de este auto lo voy a manejar yo, y entonces soy la que tengo que saber todo sobre el auto.” Y me explicó: “Cuando estamos en parejas heterosexuales sobre todo, relajamos creo yo ciertas cosas porque el otro sí las sabe hacer y entonces en algún momento me las va a explicar. Pero ahí vi una determinación tuya de ´yo tengo que saber esto´”.
Las condiciones
Como no tenía seguro, no me animé a manejar hasta la compañía aseguradora. El pánico no se despejaba ni con escobillas nuevas. No impacientarse, ya casi llegamos.
Contraté un seguro contra todo riesgo. Mientras hablaba con el muchacho que me pedía datos, sentí mucho miedo a chocar, a que me putearan, a que el auto se me parara en una intersección de calles. Tenía miedo a perderme, como solía pasarme en mi etapa de peatona bípeda. Inmediatamente mi cabeza respondió: si choco, tengo seguro. Si me putean, que se caguen, le pasa a todo el mundo cuando arranca. Si se me para el auto, el resto esperará y yo arrancaré otra vez. Si me pierdo, tardaré más o pararé para mirar el google maps.
La llegada y la partida
Al fin llegué a mi primer lugar de destino: el volante. Me sentía poderosa, enorme. Lo apreté fuerte, acomodé los espejos y el asiento a mi medida. Arranqué. Era una tarde de sol de otoño, a la hora de la siesta. Durante un tiempo ese fue el momento más relajado para esas primeras prácticas. El rato después del almuerzo cuando las que ya son ciudades vuelven a ser pueblos.
No paré más. “Tengo una alegría tan grande, pasa el tiempo y no se me va”, decía mientras sumaba kilómetros. Ya está, es ahora y lo estoy haciendo.
Esta texto fue escrito y producido en el marco del Taller de Crónica, brindado por Ada Augello y Camila Vautier desde la cooperativa de trabajo en Comunicación Social La Tercera Puerta. El taller se realizó entre agosto y noviembre de 2024 en el Centro Cultural Eduardo Galeano, pertenciente a la Asociación Artístico-Cultural Sur de El Bolsón, Río Negro.
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